El Día de la Marmota es esa película en la que todo se repite. El protagonista se levanta cada mañana y vuelve a vivir exactamente lo mismo que 24 horas atrás, una vez tras otra, atrapado en un calvario sin solución. Esta idea es utilizada muchas veces para retratar a la Argentina. Puede parecer un lugar común pero es la que mejor la explica. ¿Para qué cambiarlo?
El dólar, en este país, es ese karma del que no se puede escapar. Ayer el “blue” llegó por primera vez a los $110 (Hoy 23 de abril $18,40/USD) y profundiza la brecha con el tipo de cambio oficial. Esta podría ser una información de interés restringido al mundo financiero, como muchos creen, si no fuera que tendrá un fuerte impacto en la economía del día a día. En esta época, donde todo lo que preocupa tiene que ver con la cuarentena y el coronavirus, la disparidad entre una cotización y la otra aparece como un tema menor. Sin embargo, algún día, la vida volverá a cierta normalidad y lo que hoy está en segundo plano, pasará factura. Sólo basta mirar pocos años atrás para entender la magnitud de la bomba que se está generando.
Con esos $110 que se cotizaba ayer el billete verde en las “cuevas” (es cierto, en un mercado reducido) y un valor oficial de $68, la diferencia entre uno y otro asciende a 62% (Hoy al 70%). Nadie puede asegurar hasta dónde llegará. Para entenderlo fácilmente, lo normal sería que no hubiera dos tipos de cambios sino uno, como los países saludables económicamente. Por lo contrario, cuanto mayor es la distancia entre esas dos puntas, peor es la situación.
La Argentina tiene experiencia en este tema. Por ejemplo, la diferencia que existe hoy en el mercado cambiario ya está a niveles del 2013, cuando la distancia entre las dos cotizaciones llegó a su esplendor. Ese año, la brecha fue, en promedio, de 65% con un pico en septiembre del 100%. Todo había empezado dos años atrás, en 2011, cuando dispuso las primeras restricciones a la compra de dólares ante la pérdida de reservas que venía produciéndose desde fines del 2007. En 2012, la brecha fue un tema incipiente en la tapa de los diarios (con 32% de promedio) pero al año siguiente la situación se aceleró. Una economía en caída libre se reflejaba en la cotización de dólar paralelo que se alejaba del oficial, controlado por un “cepo” por el momento “ligth”.
La crisis del 2013 llevó a Axel Kicillof al sillón del Ministerio de Economía, al final de ese año, y sus primeras medidas fueron el endurecimiento del “cepo” y una devaluación fuerte a fines de enero del 2014. El resultado fue un salto brusco la inflación que cerró ese año en alrededor del 40% y una semiparálisis de la actividad económica. La brecha siguió hasta fin del 2015 por arriba del 50% hasta la llegada de Mauricio Macri que levantó la restricción cambiaria (algo que, al final de su mandato, tuvo que reimplantar por su derrumbe económico).
La brecha cambiaria no es buena aunque muchos se beneficien, momentáneamente, con su existencia. Por ejemplo, en 2013, permitió el récord de ventas de 0 km que fijaban sus precios en pesos en base al dólar oficial. Especialmente, de vehículos de alta gama y premium. En estos días hay una pequeña remake en el mercado automotor de consumidores que buscan hacer una diferencia. Lo mismo sucedió aquel año con otros rubros, por ejemplo, el turismo. La gente, literalmente, se cansó de viajar agradecidos por la decisión del Gobierno de subsidiar los pasajes al exterior con ese defasaje cambiario.
La aspiradora del Central
La mirada de Federico Furiase (@Federicofuriase) en twitter merece transcribirse: “Tras emisión por desarme Leliq en intento x activar crédito, la escalada en brecha obligó a retirar $ por pases. El dilema del BCRA es: si expandimos la cantidad de dinero salta la brecha, si no expandimos problema se traslada a la cadena de pagos y desempleo. Con default, el dilema se acentúa.
Fuentes: Ambito Financiero y @Federicofuriase