Los tiempos cambiaron, pero la esencia de los chicos es la misma, ya que existe varias generaciones de padres que tiene miedo de ponerle límites, en esto de la extrañeza que le genera la tecnología a los adultos entre otros aspectos, pero la realidad es que los chicos necesitan lo mismo que hace 50 años.
Necesitan padres que sean padres, y mantenerse en este lugar tan complejo, dado que son parte de las historias que viven en la vida cotidiana, y las emociones de los padres coexisten en juego permanentemente. Se necesita poner en perspectiva como adultos a éstas emociones, entender cuales son las que se ponen en cuestión, y de esta forma ayudarle a los hijos a que gestionen las suyas propias. Como por ejemplo, ayudarles a “que también sufran”, y gestionarles las herramientas para poder sobrellevarlo.
Alejandro Schujman, cuando usualmente le pregunta a los chicos en las charlas que realiza, les pregunta ¿A qué le tienen miedo?, y la respuesta es siempre: a fracasar y a decepcionar la mirada a los padres. Es entonces, que en este mundo, donde se tabula la felicidad en base al éxito y al fracaso, hay que reformular la categoría, porque si no vamos mal encaminados. Ya sea, habilitando el error, ayudarles a entender que lo que ellos hacen posee consecuencias para ellos mismos, no taparle los agujeros.
La actual generación de padres, intenta no repetir, aquello que ha sufrido. Pero también, existe como una especie de simbiosis, por ejemplo cuando se saca una mala nota en el colegio el hijo, el padre siente que se lo sacó él también. El tema es que los hijos, no hagan demasiado esfuerzo al punto de perder lo que realmente es importante para ellos y los identifica, que atribuyan demasiado “darle el gusto” a los padres.
Los límites son referencias en el camino de la vida de los hijos, chicos sin límites son personas que van absolutamente hacia la deriva, y con todo este impulso de transgresión que posee naturalmente el adolescente, se va a dar la cabeza mucho más contra la pared. Entonces, el límite es cuidado, y tiene que ser puesto, no desde el grito ni la impotencia del adulto, debido a que el adulto ejerce el acto de gritar, a lo cual el chico se paraliza en la acción, y después vuelve a hacer lo mismo, dado que el grito no educa, ni mucho menos el golpe. Lo ideal es el equilibrio entre la firmeza y el afecto. Los chicos deben construir y tener su autonomía, pero la relación de padres e hijos es asimétrica.
La generación “Ni Ni” tiene que ver con aquellos chicos, de clase media y clase media-alta, que pudiendo elegir no elige. Un chico que se sale del circuito educativo, porque necesita entrar al circuito laboral a los 12 años, no se los incluye en ésta generación de los “Ni Ni”, estamos hablando de exclusión social.
La generación “Ni Ni”, se ve protegida por un “segundo útero”, con un empacho de confort enorme, que perdura en el tiempo hasta los “veinte y tantos”, sin armar un proyecto de vida propio. La responsabilidad recae sobre los padres, y lleva a la reflexión, que hay que comenzar a achicar el espacio de confort, y hacerles la vida amorosamente incomoda.