El medioambiente después de la pandemia

La pandemia del nuevo coronavirus ha priorizado las crisis sanitaria y económica, a pesar de que ya tendríamos que estar pensando en nuestra sobrevivencia en el largo plazo, no sólo como país sino como especie.

El medio ambiente tiene que tomar un papel central en las agendas pública y privada por tres razones básicas:

En primer lugar, porque la aparición del nuevo coronavirus está relacionada con la forma en la que interactuamos con la naturaleza ya que no podemos descartar nuevas amenazas y riesgos si continuamos expandiendo de forma ilimitada la presencia humana en los entornos naturales.

En segundo lugar, por la cantidad de información que circula en los medios de comunicación, incluido el internet, que ha servido para la renovación (polarizada e incompleta) de las representaciones sociales sobre la naturaleza,1 con una narrativa que va desde las teorías conspiracionistas hasta la idea de que el confinamiento tiene un aspecto “positivo” para el planeta. 

En tercer lugar, porque el regreso a la normalidad puede cerrarla ventana de oportunidad de cambio social actual; es decir, los procesos de reactivación económica tienen que ser calculados para mejorar, no para empeorar.

Ilustración: Víctor Solís

La antropización de la naturaleza y el nuevo virus

Los impactos de las actividades humanas y la transformación del entorno no son ninguna novedad ya que para sobrevivir, el ser humano históricamente ha hecho uso de los diferentes ecosistemas. Hoy en día, prácticamente todo el planeta tiene cierto grado de intervención. 

La antropización de los entornos naturales se simplifica, por ejemplo, en grandes transformaciones como la conversión de espacios forestales en espacios de uso agrícola, la expansión urbana, la minería, la infraestructura y el cambio climático. No en vano la comunidad científica ha aceptado el uso del término Antropoceno para designar la actual época geológica que reconoce el impacto de las actividades humanas en los ecosistemas.2 La antropización del entorno ha sido parte del desarrollo de la humanidad, con aspectos positivos y negativos.

La mirada que tenemos sobre la naturaleza, aunque se ha ido transformando con imágenes icónicas del cambio climático (deshielo de glaciares, osos polares hambrientos, tortugas atoradas en bolsas de plástico), sigue siendo fragmentada y cortoplacista. La flora, la fauna, la atmósfera y los ecosistemas nos parecen ajenos. Además, somos incapaces de percibir los límites tolerables por el entorno o pensamos que se trata de recursos ilimitados. 

La aparición del nuevo coronavirus nos muestra que, si no cambiamos la forma de relacionarnos con la naturaleza, nuestra continuidad como especie, tal como la conocemos, está en riesgo. Aunque todavía están en curso las investigaciones sobre el origen del nuevo virus, las hipótesis más serias señalan la interacción entre especies de animales salvajes y el ser humano.3 Dicha interacción se da principalmente por la expansión humana y las transformaciones de los entornos naturales donde viven especies animales con patógenos que desconocemos y de los cuales no tenemos anticuerpos. Por otra parte, las representaciones propias de cada cultura, que asignan a los animales diferentes significados y usos también son parte de la antropización de la naturaleza: el deseo humano de domesticar el mundo salvaje.

En un caso emblemático de selección natural, el SARS-CoV-2 encontró en el ser humano un portador altamente eficiente, pero fuimos nosotros -como especie- quienes buscamos al virus. Un brote como este puede ocurrir en cualquier entorno bajo presión como son los bosques tropicales de la Gran Meseta Africana, el Sureste Asiático o América Central, incluyendo México, pero también en entornos cada vez más accesibles y explotados como el Ártico y las profundidades marinas. 

Delfines en Venecia y un oso en Monterrey

Uno de los fenómenos sociales del gran confinamiento han sido las imágenes en redes sociales de la naturaleza recuperándose ante el resguardo de los humanos. Desde mediados de marzo circularon en internet, tanto en redes sociales como portales de noticias, imágenes y videos de delfines en Venecia, hierbas crecidas entre los adoquines de plazas otrora peatonales, abejas polinizando flores silvestres, mapaches en el parque central de Nueva York y hasta un oso negro caminando en una zona residencial de Monterrey. Los comentarios que acompañan estas imágenes —por cierto, algunas falsas y otras verdaderas— tienen varios matices. Primero, el legítimo reconocimiento que los humanos nos hemos extendido en espacios donde la flora y la fauna habitaban previamente y que por tanto necesitamos encontrar una mejor forma para coexistir con el entorno. Segundo, destaca la ingenuidad por no haber notado antes la naturaleza urbana o por creer que en unos días los ecosistemas regresan a un estado cuasi prístino e equilibrado. Finalmente, están los comentarios crueles que consideran que la epidemia es “buena” para el planeta.

Aunque el confinamiento nos ha mostrado parte de la capacidad de resiliencia de los ecosistemas, en unas semanas el planeta no se ha recuperado de años de sistemas productivos devastadores. Es inaceptable regocijarse de la pandemia, considerando los costos en muerte, desempleo, trauma, y crisis, por citar algunos. En cualquier caso, estas expresiones muestran nuestra separación con el ambiente. La narrativa de que sin humanos los ecosistemas se regeneran rápidamente es un escenario en blanco y negro: o somos nosotros, o es la naturaleza, pero no hay espacio para la cohabitación entre el mundo salvaje y el ser humano. El confinamiento y nuestro acceso a la información han detonado fenómenos de comunicación que muestran la mirada nostálgica, romantizada y desapegada que tenemos los habitantes de las ciudades, principales usuarios de internet, sobre el entorno. No obstante, también pone en evidencia, aunque sea de forma desorganizada, que hay una preocupación por un ambiente más limpio, lo cual es una oportunidad para transitar a modelos más sustentables de desarrollo. Igualmente, la pandemia nos está mostrando que la percepción de la naturaleza se genera en internet, lo cual puede ser una coyuntura para el cambio social positivo, si logramos colocar al medio ambiente como prioridad en nuestra agenda.

El regreso a la normalidad, ¿otra oportunidad que desperdiciaremos?

En la gestión del riesgo de desastres para reducir los potenciales impactos y costos, la prevención es fundamental.4 Sin embargo, casi sistemáticamente se deja de invertir en prevención por falta de capacidad prospectiva, y porque el periodo de retorno de la inversión es demasiado largo para los tiempos políticos. Así como desde enero se tuvieron que tomar medidas para mitigar la pandemia, también desde ahora, antes de que termine la crisis, se tienen que tomar medidas de recuperación con una mirada de largo plazo. La post-pandemia es un momento decisivo: el enfoque en las estrategias de recuperación definirá nuestra capacidad para limitar la exposición a nuevas amenazas ambientales que están directamente relacionadas con nuestras formas de interacción con la naturaleza. Reubicar al medio ambiente como la mayor de las prioridades es un acto de sobrevivencia. De otra forma el regreso a la normalidad será una oportunidad desperdiciada, un paso más en nuestra involución. Esto no significa que debemos buscar el hilo negro y reinventar una nueva agenda ambiental, sino ratificar los compromisos ya firmados y fortalecerla a través de sus pilares: las agencias de gobierno, los sistemas educativos, la ciencia y la tecnología, las organizaciones no gubernamentales, la cooperación, los intermediarios y actores locales, así como sectores estratégicos como el turismo, el sector energético y la gestión territorial.

Hoy más que nunca atestiguamos la fragilidad de nuestros sistemas económicos ante riesgos que nosotros mismos construimos. Esta situación sin precedente es una oportunidad para reeducarnos, para reconsidéranos como parte del entorno y no ajenos a él. ¿Qué visión del futuro del planeta tenemos después de la pandemia? Reubicar a la naturaleza al centro de nuestras prioridades, invertir en prevención y educación, así como una inyección de recursos al ambiente no sólo puede ser redituable y útil para reactivar la economía, sino la ocasión para generar ciudadanos más integrados con los entornos. Para construir un mejor futuro tenemos que pensar en calcular y prevenir los riesgos existentes y los nuevos relacionados a la expansión humana que, bajo el modelo actual de desarrollo, tarde o temprano podrían surgir. De otra forma, no habremos aprendido nada.

Fernando Briones
Investigador del Center for Science and Technology Policy Research (CSTPR) de la Universidad de Colorado, Boulder.


1 Sammut, Gordon, Eleni Andreouli, George Gaskell, and Jaan Valsiner, eds. 2015. The Cambridge Handbook of Social Representations. Cambridge Handbooks in Psychology. Cambridge, United Kingdom: Cambridge University Press.

2 Crutzen P.J. (2006) The “Anthropocene”. In: Ehlers E., Krafft T. (eds) Earth System Science in the Anthropocene. Springer, Berlin, Heidelberg.

3 Andersen, Kristian G., Andrew Rambaut, W. Ian Lipkin, Edward C. Holmes, and Robert F. Garry. 2020. “The Proximal Origin of SARS-CoV-2.” Nature Medicine 26 (4): 450–52.

4 Wisner, Ben, Piers M. Blaikie, and Terry Cannon. 2003. At Risk: Natural Hazards, People’s Vulnerability and Disasters. Edición: Revised. London; New York: Routledge.


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