La cuarentena nos enfrentó a una batería de sensaciones entre las cuales están garantizadas la angustia, el desconcierto y la incertidumbre. En medio de tanto, la vida se detiene y continúa, todo a la vez. En muchos casos, quienes nos desempeñamos en el campo educativo, continuamos nuestras tareas en un nuevo escenario: la virtualidad.
Varias instituciones educativas respondieron con un plan de contingencia para sostener el intercambio pedagógico a pesar del aislamiento. Y aparecieron las preguntas: ¿qué estamos haciendo? Y los ensayos de respuesta comenzaron a rodar en redes y medios generando un diálogo tácito que nos parece prudente retomar para desmenuzar, para repensar sentidos y horizontes.
Algunas ideas pican en punta en el debate sobre la educación virtual (nunca autónoma de su par presencial). Hay entre estas ideas límites difusos, como también los hay en todo intento de desandar estas miradas. Intentaremos poner a dialogar estos discursos entre sí, con el objetivo de enriquecer la discusión.
La educación virtual nunca será como la presencial se lee por ahí, un poco invitando a quienes forman parte del campo educativo a abandonar este intento obstinado (y amoroso, agregaríamos) de continuar con los aprendizajes tan a pesar de todo esto. Es cierto: la educación virtual nunca será como la presencial, ni debería esperarse que lo sea. Entre una y otra hay de lo común y de lo distinto. Lo que no deberíamos hacer es confundir las posibilidades de lo virtual, con nuestras posibilidades en lo virtual.
Hay un hilo discursivo que pone el foco en el sinsentido de estas iniciativas. Alude a la falta de preparación y a la dudosa calidad de las propuestas. El escenario actual no representa (todas) las potencialidades de la virtualidad, no hay duda de ello, pero no es lo mismo considerar que no se está en condiciones de sostener una experiencia de educación a distancia que decir, pensar, que la virtualidad lleva consigo una imposibilidad pedagógica. Por otro lado, el desafío es tan grande como su propósito: no resignar el derecho a la educación, sobre todo frente a la falta de horizonte para la vuelta a clases.
La educación mediada por tecnologías cuenta con una larga trayectoria y un copioso saber acumulado en permanente diálogo con experiencias pedagógicas de mucha riqueza. Universidades nacionales que llevan años poniendo en juego modelos de educación a distancia con diversidad de matrices: virtualidad plena, bimodalidad, presencialidad con apoyo en la virtualidad. Escuelas primarias y secundarias que buscan ampliar los tiempos y espacios de la clase, profundizar en los intereses y desarmar dificultades. Los niveles y los diversos escenarios imponen matices que impiden pensar en estrategias únicas. Así es, por ejemplo, que el juego entre la sincronía y la asincronía que habilitan los entornos virtuales crea un margen poderoso para la acción y la exploración, retomado por quienes merodeamos la eterna pregunta acerca de cómo se aprende.
No se desconoce la desigualdad en los accesos, pero asistimos a un contexto en el cual la cultura digital empuja para conseguirlos. Hay que atender, también, en este contexto, a las presiones desaconsejables, a los criterios para la acreditación -o no- de los saberes y a si se debe hacer foco en lo vincular y emocional o en los aprendizajes formales, o (¿por qué no?) en ambas cosas. Los entornos de enseñanza pueden acompañar esas decisiones e incluso, esos vaivenes.
Otras voces ponen relieve la idea, atemorizante por cierto, de que la virtualidad conlleva la intención de reemplazar al docente. Lo cierto es que toda forma de transitar los escenarios educativos conlleva una concepción del aprendizaje: en los modos de habitar la virtualidad hay, sin duda, una idea de la enseñanza. La máquina reemplazando al ser humano no es sólo una fantasía, está claro, pero mirar todos los sistemas con la misma lupa nos quita perspectiva. En los escenarios enriquecidos que traemos aquí la virtualidad no busca reemplazar al docente, lo necesita. Necesita su voz, su intencionalidad pedagógica.
Otra visión considera a la presencialidad como el único medio donde pueden darse intercambios genuinos y de calidad. En la linealidad con lo presencial el potencial de la educación virtual queda arrinconado a la videollamada. Se apela a la materialidad, a los cuerpos, a las voces. Claro que añoramos mirar a nuestros estudiantes a los ojos y vivir el ritual de la clase, pero esa añoranza no vuelve inmaterial la virtualidad. Lo que hay no es mera ausencia sino la posibilidad de construir otras presencialidades, acompañar desde las múltiples forma de estar presentes.
Pocas certezas tenemos por estos tiempos. Las categorías que teníamos para pensar la realidad no alcanzan, estallan, requieren ser revisadas. Y en esto de revisar, intuimos que no es la virtualidad, sino los planteos binarios y la traducción lineal de lo presencial a lo virtual lo que debe ponerse bajo sospecha.
* Melina Fernández es Lic. en Ciencias de la Educación; directora general de Asuntos Estudiantiles y de Enseñanza de la Unahur.
* Bárbara Panico es Lic. en Ciencias de la Comunicación; se desempeña en el campo de la tecnología educativa (Unahur-Unsam)
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